Os voy a contar una
historia:
Cuando yo tenía siete
años, mis hermanos, mi madre y yo, pasábamos el mes de julio en lo que hoy se
llamaría una casa rural, en el Pantano del Burguillo.
Mi padre iba a vernos los
miércoles y luego se quedaba con nosotros los fines de semana porque, a finales
de los sesenta, ir y venir a trabajar a diario por esas carreteras, las
llamadas de los pantanos, era impensable y menos, con un seiscientos que era
nuestro coche familiar.
La fonda, que así se llamaba
entonces, era una casona familiar con una enorme terraza con bajada directa al
pantano, en la que se alquilaban habitaciones, y se contrataba pensión
completa.
En la terraza se hacían
todas las comidas, compartiendo con el resto de los huéspedes, niños y mayores,
juegos y diversiones.
En nuestro caso, las tres
primas de mi madre, iban todos los veranos con sus hijos y nos convertíamos en
una gran familia.
Un día, mi hermano
enfermó y mi madre se quedó en la habitación cuidándole, y nos dejó a mi hermana
y a mí, a cargo de las primas. La comida eran lentejas, que yo aborrecía tanto
que me permitían no comerlas, pero eso las primas no lo sabían y me obligaron,
a pesar de mis quejas.
No sé si fue el asco que
me producían, la rabia que me dio el que no tuviesen en cuenta mi negativa o
que mi hermano me había contagiado su virus, pero la realidad es que caí
enferma y estuve realmente mal, con una fiebre de cuarenta grados, según
contaba mi madre.
La realidad es que no he
vuelto a probar las lentejas hasta el día de hoy, pero a mi marido, a mi hija y
ahora a mi nieta, les encantan, sobre todo en puré, por lo que os voy a
explicar mi sencilla receta.
Ingredientes:
Una taza de
café llena de lentejas por comensal.
Dos patatas
medianas.
Dos zanahorias.
Una cebolla
pequeña.
Dos o tres
dientes de ajo.
Dos cucharadas
de aceite de oliva.
Una cucharadita
de pimentón dulce.
Una hoja de
laurel.
Sal al gusto.
Yo utilizo las
lentejas castellanas y no las pongo en remojo.
Las cubro con
un poco de agua y las dejo dar un hervor. Después retiro esa agua y añado todos
los ingredientes en crudo.
Dependiendo del
recipiente en el que las vayamos a hacer, hay que agregar más o menos agua. En
la olla rápida, la que yo uso, muy poca, la justa para cubrirlo todo, ya
que no pierde y, al ser para puré, no me importa que la legumbre quede muy
hecha.
Si se hace en
cacerola, a fuego lento, necesitará más agua para que no se agarren al fondo
rápidamente.
En la olla, con
diez minutos es suficiente.
Para hacer el
puré, hay dos métodos:
El clásico
pasapuré, que es lo que más utilizo, y que deja fuera todas las pieles, o la
thermomix, que lo tritura todo, en ambos casos queda una textura muy agradable.
Lo único que
hay que retirar antes de triturar es la hoja de laurel.
Listo para
servir.
Recordar
también, que es un plato con muchísimo alimento para los más pequeños y que, si
sobra, lo podéis congelar sin problemas de que pierda sus propiedades.
Yo seguiré sin
comerlas.